Robert Van Silefth

Solamente él estaba ahí esa noche, con una mirada rebelde, crispando los ojos como si tuviera demencia en ese instante, andaba un tanto perdido, no en el lugar sino mentalmente, estaba tan fastidiado, totalmente confundido y abrumando. Es músico por cierto, pero esa noche no tenía música ni en la mente, discutía y discutía peleando por ridiculeces y yo solo miraba el tremendo espectáculo de gritos e insultos. Más allá de las mesas llegó una madre con su hija, una jovencita como de dieciséis. Todo estaba despejado y tranquilo pero ellas también discutían, quizá la joven es un tanto despreocupada por su madre o la madre necesita toda la atención de la hija para sentirse completa, eso no me preocupaba porque mi madre y yo llevamos una relación envidiada por los demás, lo que me acarreaba repiques a la mente era el músico. Me parecía un hombre (joven) muy atractivo, todo hombre con una guitarra en la espalda, partituras en la mano y ojos negros me esclaviza o domina de una forma brutal. Él era uno de ellos, me gustó con solo mirarlo, dejó su guitarra en una de las sillas, las partituras en una mesa muy cerca de mí, me volvió a ver con ojos de tango imperturbable, se dirigió a Matías con las manos detrás de su espalda, el rostro inmóvil hacia el suelo, los pasos despiadados y fuertes, la respiración tensa y los labios severos y meditabundos; yo empecé a trepidar como si se dirigiera a mí, alzó un tanto la mirada muy cautelosamente y me miró algo afectivo y tentador, solamente lo ignoré por un segundo y le incliné el rostro como una muestra de afectividad sin conocerle y le traté de regalar una sonrisa natural pero estaba tensa y angustiada, siguió con los pies muy clavados a mi mesa. Matías se puso en pie y se acomodó la camisa, saboreó un sorbo de café y lo miró con mortificación y celo apático, puse mi mano sobre la suya, yo estaba fría y se exaltó un poco por mi inconveniente frío, mi miró como con pánico y mi hizo un guiño con el ojo como diciendo: “todo está bien”. En ese momento empezó la discusión, el músico le saludó con un sarcasmo intercalado y el pobre Matías solo se afligió por un microsegundo, le alzó la vista muy jactancioso y le hizo un gesto de imprudencia, diría yo, y le dijo sin mucho ni poco-¿qué?-el músico se molestó y empezaron algunas ofensas mezcladas con insultos indecorosos o inocentes, no estoy segura. Volteé a ver la madre con su hija y la joven lloraba, tomaban un café y ella solo lloraba mientras la madre miraba algo perturbada el pasar de los vehículos por el cristal. Matías empezó a recoger sus cosas y a decirme que nos fuéramos, no había terminado mi café y estaba absolutamente harta y hastiada de que él me dijera una y otra vez qué debía hacer por orden y mandato suyo, lo miré con escarnio y le dije-No, esta vez me quedo-solo hizo una mueca de enojo y repetición a lo que dije y se fue. Seguí sentada aunque los pies quisieran irse tras él como ya lo habían hecho muchas otras veces ante la misma situación, de todas formas el músico se sentó apeteciendo un cafecito, yo tenía tres poemas y dos cuentos, empecé a releerlos para extraviar el tiempo entre las pocas mesas que habían, tomé mi pluma negra y corregí algunos agraviantes errores que no había notado, sentí en ese momento la sombra del músico sentarse en mi mesa así que coloqué las hojas más cerca de mi rostro haciendo que no se viera e ignorando su aroma a música. Sin muchas vueltas solo me dijo-¿Me odiás?-le dije-¡No! ¿Y vos? Muy cortantemente sonrió y dijo- Jamás, ¿querés otro café? Le sonreí y le asentí brevemente. Pidió dos cafés, y los tomamos sin hablar, él miraba sus partituras como para no humillarse solo y yo miraba los poemas con una timidez recargada y mucho silencio a gritos. Terminamos el café mirándonos a los ojos y nos pusimos de pie dos minutos luego, recogí mis libros y mis papeles y él tomó su guitarra del mástil además de las partituras y nos dirigimos a la puerta, pagó todo, mi café con Matías, nuestro café y un café que había tomado antes de que Matías apareciera (soy algo adicta), ni siquiera lo podía creer, tan solo le dije-Muchas gracias, que pena-él me miraba con los ojos clavados y me respondió-Gracias a vos. Me alejé por un segundo con una estocada espina en la garganta y le sonreí casi al suelo, no creí que le importara mucho, pensé que hizo eso por dejar solo a Matías e impedir que sus órdenes me ajustaran a él pero él siguió caminando detrás de mí y luego a mi lado. Tenía un fuerte dolor de cabeza quizá por angustia acumulada, enojos y temores, sin dejarlo de lado también por toda la vergüenza que sentía en ese momento, me sentía como una princesa de vidrio, me miraba sin voltear a ver si la calle estaba hundida o no, no comprendo cómo pero no se enteró de que me había acompañado hasta mi casa, cuando estábamos en la puerta lo miré, le sonreí, bajé la mirada y le dije-Ya llegué, es mi casa-se tornó sumamente rojo y me dijo-Que imprudente no mirar la calle ¿verdad?, pero bueno ya llegaste, me voy sin muchas vueltas ni pocos pasos-solté una risita como de pena ajena y cariño profundo y le dije-Gracias por la compañía y el café, por todo lo demás y por la presencia. Se alejó mirándome y entré a la casa mirando con disimulo por la ventana aun así por estúpido que parezca me miró y alzó la mano diciendo adiós como si no me hubiese atrapado mirándole por la ventana, se devolvió casi corriendo y abrí la puerta como si estuviese en una novela y le dije-¡Hola!-sonrió con resobrada vergüenza, me miró y me abrazó muy tiernamente y me dijo al oído: -“sé que te llamás Shirley pero vos no sabés cómo me llamo”-, me dio tanta pena que lo abracé durante más tiempo para que no mirara mi sonrojado rostro, le dije-“no sé pero si lo supiera esta noche no podría dormir en paz”. Me soltó, me miró y me dijo: -“Robert Van Silefth”. Quedé impactada por su nombre, me pareció nombre de poeta francés o cuentista alemán…ja ja, aún recuerdo mi expresión, me reflejé en sus ojos y le dije sin mucho rodeo-que lindo nombre-me sentí tan tonta y avergonzada que volví la cabeza. Me seguía mirando y me dijo que nos viéramos para tomar un café, no lo pensé mucho pero le mostré un poco de desinterés para no ser muy sugestiva ni factible, solo le dije que sí muy tranquilamente pero descompensándome por dentro, estaba a medio paso de su vida. Esta vez si se marchó muy seguro y tranquilo y definitivamente mis palabras no son falsas, esa noche no dormí, escribía tanto que podía gastar y gastar hojas haciendo piruetas de romanticismo mezclado con malabares de Walt Whitman, eran ingeniosos mis escritos esa noche, salimos una, dos quizá mil veces, no hablábamos mucho ni preguntábamos más allá de lo que la mente tenía en giro. Aún así toda historia amorosa y extraña como esta tiene su final feliz y pues bien esta no lo tiene, soy feliz porque recibo cartas de él pero ahora está en Argentina haciéndose un histórico e inigualable músico, nos escribimos a diario y le envío mis poemas, uno que otro cuento y mis máximos deseos de que triunfe y él me envía sus canciones y cartas diciéndome que volverá pronto y según parece pronto vendrá, el tiempo vuela para mí y por cierto el día que lo conocí después de tomar el café caí tan enteramente en su hechizo que no me di cuenta qué ocurrió con la madre y la hija rara que lloraba por nada y todo pero yo era feliz y seguramente él vendrá en algunos años o siglos pero sé que vendrá.

S. Romero

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